4/3/10

Toros sin cuernos. Toreros sin espadas.




Me sorprende leer que algunos filósofos a los que admiraba defiendan la fiesta de los toros. El último ejemplo es Fernando Sabater. También me sorprende que Lorca considerara a esa fiesta como “la más culta que hay en el mundo”. Son partidarios de ella Vargas Llosa, Serrát, Sabina y el mismísimo Ortega y Gasset. Unamuno se oponía, no por ser cruel sino porque la gente perdía el tiempo hablando de ella. El colmo ya es que Tierno Galván la consideraba “socialmente pedagógica”. La generación del 98 se oponía mientras que la del 27 la defendía.

La lista de argumentos que se esgrimen para su defensa es larga pero, en mi opinión, todos rebatibles. No es un deporte ya que no se pelea en igualdad de condiciones. Es tradición pero algunas son inaceptables hoy como la de pegar a las mujeres o la ablación del clítoris. El toro no se extinguiría ya que, como herbívoro podría pastar tranquilamente en las dehesas. No es un arte como tampoco lo es el de aguillotinar. El toro sufre, como todo animal con cerebro.

Es posible que todo se reduzca a un tema de sensibilidad ante el sufrimiento de los animales, o de otras personas. Aparte del negocio (no sólo turístico) o del oportunismo nacionalista, en este caso catalán, como antes lo fue vasco, creo que el asunto tiene un trasfondo que me afecta profesionalmente, como filósofo.

Sé desde hace tiempo que las personas no son algo monolítico y que Einstein, por poner un ejemplo, tenía unas opiniones políticas bastante elementales, que Aristóteles defendía la esclavitud y que Heidegger (existencialista, es decir, de los míos) era filonazi. Se puede ser muy listo en unas cosas y muy burro en otras, todo dentro de un mismo cerebro. Gauss, que revolucionó las matemáticas, era ultraconservador. Hay muchos ejemplos más.

Sabater, al que admiro como filósofo (a veces), como político y como escritor, dice que “es contrario a la postura prohibicionista” y que se trata de “una cuestión de libertad”. No entiendo ese argumento ya que podría aplicarse de la misma manera a las violaciones, o a la pedofilia. Creo que no es lo mismo defender la libertad de pensamiento que la de pegar a los perros o lanzar vacas desde los campanarios.

Más sorpresas: El papa Pío V en 1567 promulgó una bula en que "condena estos espectáculos torpes y cruentos", estableciendo pena de excomulgación para clérigos, emperadores, reyes y cardenales que fomentaran dichos espectáculos.

En cambio no es sorpresa que Esperanza Aguirre esté a favor (si estuviera en contra no sería ella) ni que la UNESCO, en 1980, dijera que "La tauromaquia es el malhadado y venal arte de torturar y matar animales en público y según unas reglas. Traumatiza a los niños y a los adultos sensibles. Agrava el estado de los neurópatas atraídos por estos espectáculos".

Dejé de ir a un médico porque tenía en la pared un título de no sé qué taurino. Un médico aficionado a los toros me parece tan contradictorio como un catedrático de ética perteneciente a la mafia o un obrero de derechas. Sabina será un gran poeta pero le considero un memo en otras cosas, como su defensa de estar todo el día borracho y otros tópicos de antiguo marchoso tontorrón. Lo que no me imaginaba yo era lo de Serrát, ni lo de Unamuno. De Ortega si, porque en ocasiones decía unas idioteces (muy bien dichas, eso sí) de mucho cuidado.

Tal vez una postura civilizada sería permitir la fiesta de los toros pero sin sangre, muerte y sufrimiento. Así todos contentos.

Creo que tengo la solución: corridas de toros sin objetos de punta, es decir, sin cuernos, ni espadas, ni estoques ni nada capaz de hacer daño o causar la muerte. Como mucho, el torero saldría con algunos huesos rotos (que se joda) y el toro algo mareado.

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