19/6/10
Todos artistas
Desde que los teóricos de la estética y los psicólogos descubrieron las claves de la creación artística analizando sus recovecos más profundos y divulgando las fases del proceso, el arte dejó de ser cosa de algunos elegidos por inciertos dioses y se democratizó completamente. El resultado fue una catástrofe económica para las empresas del sector unida a un incremento inimaginable de la felicidad global. El valor terapéutico de expresarse hizo el resto.
Ser artista dejó de tener significado cuando todo el mundo se convirtió en artista. Nadie lo ponía en su presentación porque sonaba tan ridículo como enorgullecerse de saber manejar ordenadores, entender inglés o cocinar. Se daba por supuesto.
Todos aceptaron que tenían en su interior un valor único y se dispusieron a mostrarlo. Era casi obligatorio exponer y enseñar. Proliferaron los pintores, músicos, escritores y escultores como setas tras una tormenta. Todo hombre es especial, se decía, y, con un poco de imaginación unido a cierta practica sus obras eran valiosas.
El número de escritores era casi igual al de personas censadas. Incluso los analfabetos alquilaban los servicios de negros para relatar sus memorias sabiendo que eran tan únicas como ellos. Las autobiografías abundaban en la red de tal forma que, en lugar de por sus títulos, los libros se identificaban por la fecha de nacimiento del autor, su lugar de residencia y el correo electrónico.
No tener blog personal equivalía al ostracismo social más cruel. Como todos eran artistas nadie compraba arte por lo que las galerías dejaron de existir. Se puso de moda exponer en las puertas de cada casa una muestra de las obras de sus moradores ya que era imposible que los lugares públicos albergaran la producción de todos. La gente daba paseos por las escaleras de los edificios contemplando las obras de los vecinos.
Como todos los habitantes mayores de cuatro años eran también fotógrafos y cineastas ya que los precios de las cámaras descendieron enormemente, cualquier acontecimiento era inmortalizado para la posteridad por miles de personas.
Los músicos ponían en sus puertas una pantalla plana y unos auriculares para que quien lo deseara pudiera escuchar sus composiciones. Era inconcebible que alguien no perteneciera a un grupo musical, un coro o una orquesta. Expresar la visión personal de las cosas, por cualquier medio, se hizo tan habitual como irse de vacaciones.
En junio de 2010 fueron casi 1500 los participantes en el maratón fotográfico de Madrid. Unos años después la cifra se había multiplicado por varios dígitos hasta que, al poco tiempo, abarcaba la casi totalidad de los habitantes. Ir sin cámara por la calle era muy sospechoso a los ojos de la policía.
La consecuencia de esta desinhibición global para psicólogos y salas de exposiciones fuero tan catastróficas que el sector puso el cartel de cierre. La obras de los grandes artistas dejaron de valorarse porque no estaba definido lo que significaba ser gran artista.
El arte había conseguido por fin sus últimos objetivos: desaparecer por ser tan abundante como el aire y pasar desapercibido al formar parte de la realidad cotidiana. De hecho se desdibujó completamente el concepto de realidad.
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