10/5/10

El Coliseo, las Ventas y Mathausen



El Coliseo empezó a construirse por orden del flavio Vespasiano con su parte del botín obtenido tras aplastar la rebelión de Judea (año 70 d.C). Nombrado por el ejercito, maestro de la propaganda, de la censura y experto en sofocar las frecuentes rebeliones que acarrea todo imperio depredador, quiso atraerse al pueblo romano mediante regalos y juegos.

El edificio puede ser comparado con las Ventas y Mathausen aunque, evidentemente, no por los mismos conceptos. Con Mathausen comparte el ser un lugar de exterminio. Con las Ventas tiene en común el juego de sangre y muerte para disfrute de personas insensibles al sufrimiento ajeno.

Albergó espectáculos como luchas con animales, ejecuciones de prisioneros y peleas de gladiadores. Se calcula que en estos juegos murieron entre 500.000 y 1.000.000 de personas. En Mathausen se estiman en 122.000. En las Ventas muchísimas menos aunque no he encontrado datos y son, sobre todo, suicidios bajo el estúpido nombre de valentía.

Tras los espectáculos de sangre era una tradición que los excitados espectadores frecuentaran las prostitutas que se instalaban en los pórticos del anfiteatro y luego (o a la vez) se emborracharan.

Todo el subsuelo era un complejo de túneles y mazmorras en el que se alojaba a los gladiadores, a los condenados y a los animales. Imagino el ambiente que se respiraría allí en una tarde de “fiesta”.

Los espectadores aclamaban las ejecuciones más vistosas, los gladiadores más sanguinarios y las muertes más espectaculares. Con sus aplausos decidían la suerte de los luchadores aunque era el emperador el que tenía la última palabra. La vida o la muerte de miles de personas dependía del capricho de unos ciudadanos embrutecidos.

Si existieran en esa época diarios deportivos, al día siguiente probablemente comentarían las mejores jugadas de la tarde y existirían términos específicos para cada una de las “suertes”, sólo al alcance de los entendidos en ese noble arte. Se me ocurren algunos como decapitación, deguello, ensartar,....pero en latín, claro.

Existirían normas para que no se matara demasiado rápido y sin dar espectáculo. Seguro que antes de dar la puñalada final (¿puntillum?) al ejecutando (¿ejecutandum?) se exigiría un mínimo de diez o quince minutos, como poco. ¿En cuantas partes se dividiría una tarde de fiesta normal? Tengo que buscarlo.

Algunos incluso lo declararían sin duda “fiesta imperial”.

En el podium se sentaban los romanos más ilustres: los senadores, magistrados, sacerdotes y quizá las vestales. Hoy también es frecuente ver en las gradas de las plazas de toros a miembros del Tribunal Supremo (¿Magíster Supremun?) y otros representantes de la mayoritaria sensibilidad social.

Si alguien es capaz de aplicar la palabra “belleza” a semejante antro de crueldad y exterminio creo que debería hacérselo ver por un especialista. Sería tanto como considerar estético un centro de tortura o una cámara de gas. Sólo los sádicos consideran bellos los mataderos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sólo los sádicos, también los masoquistas.